Los artistas pinta o esculpen, los deportistashacen lo suyo. Los escritores, escriben. Quizás muy dentro mío tengo una que esprobable que jamás triunfe, pero me alcanza con poder expresarme. Las palabrasson todo lo que soy, y es muy probable que mis ideas se aclaren altransformarlas en relatos. Por eso creo que es bueno volver al principio deeste blog, a las historias de Isabella.
Pasó bastante tiempo y me di cuenta de muchascosas; primero, que mamá quiso volver a ser soltera sin hijos y me perdiódefinitivamente. Quizás algún día se de cuenta. Segundo, tiene lo suyo tener elcorazón roto, una se siente revolucionada y es una angustia hermosa,inspiradora y regeneradora. Ya no soy la misma que antes. Evolucioné en muchossentidos, y ya no necesito llenar espacios con desconocidos de una noche. Tantome decidí por buscar cosas más profundas, que tal vez me encontré con más deuna.
Tengo el sol y la luna brillándome, pero esobvio que no pueden estar los dos al mismo tiempo. El sol es perfecto, cálido yme hace sentir bien, hermosa y querida. La luna es más rebelde, es el caminodifícil, pero puede hacer mucho con tan poco. Podría pelear por la luna, es tanhermosa que ese resplandor hace que mi corazón lata fuerte. ¿Qué se prioriza enestos casos? ¿Los sentimientos o el bienestar? Quiero recurrir a mamá, a pesarde que ya no es la misma de antes, siempre me sirvieron sus consejos. Escuchémillones de opiniones pero ninguna me sirvió demasiado. Espero, mamá, que apesar de la oscuridad en la que me tenés, puedas iluminarme esta vez.
Con cariño,

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Odiaba los domingos por tres cosas: mamá nunca estaba, Edgard se iba a disfrutar del campo con su familia, y debido a esto,me quedaba completamente sola, en compañía de mis pensamientos, en mi casa vacía. Eso del olvido estaba funcionando, al parecer, los golpes en mi pecho habían dejado de aparecer. El problema fue, que esa noche, soñé con él. Soñé que me ayudaba, y que nuestra relación era mínima. Pero lo veía, y le pedía ayuda. Y eso bastó para despertarme con su imagen presente. ¿Por qué justamente los sueños que menos reales deberían ser, se quedan grabados en la mente?
Y fue un domingo lleno de rencor y enojo, enojo y furia con él, por haberme hecho eso. Por haberme lastimado tanto, y haberme destruido el corazón, y que ahora tenga que luchar día a día para arreglarlo y juntar los pedacitos. Ahora, mi corazón está armado. Pero le faltan piezas. Trato de encontrarlas pero no las encuentro por ningún lado. El torbellino de su desengaño las desparramó por todos lados, y esa es la parte más dura de éste proceso: encontrar las piezas que faltan. ¿Qué podría encontrar en esta alma vacía? No había rastros de pedazos de humanidad, de retazos de amor. Todo se había esfumado, a todo se lo había llevado la desilusión. Y es por eso que me encontraba tan enojada, enojada con la persona que se encargó de que ahora, luche día a día para sacarlo de mi mente. Ya no es amor,no. No estoy enamorada de él. Al principio quedaba en mí el dolor más el amor, ahora sólo queda el dolor y rencor, que es mucho peor. Cuando el sentimiento está acompañado del amor, todo se hace más tenue, por que recordar sus ojos, su sonrisa, hace que el corazón lata con fuerza. Pero cuando ya no queda amor, sólo rencor y dolor, el alma se encuentra vacía, vacía en la nada misma.
En fin, yo sabía que todo aquéllo me lo merecía. Por ser tan mala persona, por ser una pecadora empedernida. Pero yo era así,y no quería cambiarlo. Sólo espero con ansias a mi príncipe azul que me rescate del caos que él dejó en mi vida, y me acepte por como soy, que no intente cambiarme. Más allá de todo, ya lo estoy olvidando...
Sonó mi celular. Era Isadora.
- Isa, te tengo buenas noticias.
Isabella
Vos querés enseñar
pero te faltan ideas
vos sabés señalar
pero esperá que te vean.
No quiero más verte pasar,
solo me quiero sentar a esperar y rogar
que saltes al vacío y que no vuelvas nunca
y que toda tu vida te mate la culpa
de haberme robado una parte del alma
y es lo que a vos te hace falta, alejarte de acá.


Abrí los ojos y me invadió un terrible dolor de cabeza. La habitación estaba demasiado iluminada. Los ojos se me irritaron. Mi mente se llenó de recuerdos difusos, pero divertidos. Había sido una noche excepcional. Me di vuelta y vi una musculosa espalda junto a mí. Tuve que esperar unos minutos hasta que mis neuronas hicieran sinapsis y recordara con quién había dormido. También me costó reconocer la habitación. Luego, al ver el cabello rubio, lo recordé. Michael. Un joven que conocía desde hacía tiempo, y teníamos una especie de amorío casual y superficial. Nunca dormía con completos desconocidos, lo tendría que haber visto más de una vez. Me volví a acostar, derrotada, esperando que viniera el golpe. Siempre que me despertaba con un extraño, siempre después de noches así, por la mañana se me desgarraba el corazón recordando lo hermoso que era dormir con él. Ningún cuerpo se amoldaba tan bien al mío como el suyo, y su aliento matutino era lo más agradable que nunca había sentido. Sus besos me despertaban, y al abrir mis ojos tenía su sonrisa, su mirada y su pecho desnudo cerca mío. Y era en esos momentos cuando el golpe me asestaba en el corazón y me destrozaba el cuerpo en un inmenso dolor, sintiendo la impotencia de que tal vez nunca encontraría a alguien como él. Se me había llevado la vida. En su momento yo había creído que él había nacido para mí, que todo él era la pieza de rompecabezas que me completaba. Tocar su piel era sentir electricidad y química. Pero me había dejado, por que no me amaba más.

Esperé, y esperé. Mis ojos estaban cerrados, fruncidos, esperando el golpe que me desangraría. Ya casi podía sentirlo. Me di la vuelta, desconcertada de no haber sentido nada. Y ningún golpe ocurrió. Sentí un cuerpo caliente contra el mío, que me abrazaba. Por primera vez, casi en tres meses, pude sonreír luego de una noche.
Me di la vuelta para besar aquél rostro tan atractivo. ¿Todavía duraba el efecto del alcohol, de la noche? ¿O estaba empezando a ser libre de verdad?
Isabella



Mamá no contestaba su celular, pero no era ninguna novedad. Ya me había acostumbrado a su falta de atención. Cerré el teléfono, enojada.
- Vamos, ¿realmente tenías la esperanza de que te atendiera? - se rió Edgard, mientras jugueteaba distraídamente con mis dedos en medio de la clase, a dos minutos de tocar el timbre de salida.
- Pero por suerte tengo al mejor amigo del mundo que me va a llevar en su auto -le dije, sonriendo.
- No puedo llevarte, iré a casa con mi novia - dijo seriamente, y se levantó para salir del salón ya que había tocado el timbre de salida. Cargué mi mochila y lo seguí con prisa.
- ¿¡Novia?! ¡Edgard! ¿Tienes novia? - su rostro no mostraba cambio alguno. Asintió, con seriedad. Una piedra cayó en mi estómago, era muy celosa con él. Luego de un momento, me sonrió. Había caído. Caminamos hasta su automóvil, riendo y saludando a los conocidos.
- ¡Te veo esta noche, Isa! - me dijo Samantha Noughar, al verme pasar. Esa muchacha irritante se creía mi amiga, pero cada vez que pasaba tiempo con ella, sólo pensaba en retirarme.
Subimos al Sedán de Edgard, y puso, como era costumbre, el CD de Muse. Comenzó a sonar Starlight.
- ¿Cómo estas? - me preguntó.
- Eso se pregunta a la mañana, apenas me saludas, ¿sabías? - le respondí burlona. Él no se rió.
- Ya sabes a que me refiero - me habría gustado que la gente esquivara el tema, como lo hacía yo. De sólo escuchar su nombre, o de pensar en ello, sentía que mi corazón, lacerante, comenzaba a latir cada vez más despacio pero haciendo una gigantesca presión en mi pecho, sintiendo que lo abriría en dos. Agaché la mirada, pero la subí de nuevo para evitar que las lágrimas saltaran -. Ya sé que no te gusta hablar del tema, Is. Pero ya han pasado tres meses. Tienes que enfrentarte. Mi cumpleaños se acerca, y vas a tener que verlo.
- Mi iré antes.
- No. Quiero que pases toda la noche conmigo el día de mi cumpleaños.
- Estaré bien, entonces. No te preocupes por mí. Ya sé como manejarlo.
- Sólo te quiero ayudar, pero tu tienes que dejarme.
- ¿Él como está? - le pregunté, cambiando de tema.
- Bien. Él está bien -. en su rostro se escondía algo.
- Volvió con ella, ¿verdad? - hizo un asentimiento casi imperceptible, mientras frenaba frente a mi departamente.
- Está bien, él es libre. Yo también. El hace su vida, yo también -. Edgard me tomó la mano y me dijo, mirándome a los ojos.
-No te engañes, Isabella. Tu puedes tener la libertad de estar con otros hombres, pero tu corazón no es libre. Y sólo lo será cuando aceptes el hecho de que lo extrañas, y de que estás terriblemente mal. Cuando aceptes eso, sólo así podrás comenzar el proceso de olvidarlo -. Me bajé del auto furiosa. Mi amigo estaba acostumbrado a que yo huyera de la verdad. Pero no podía seguir escuchando.
Entré a casa, preparé un baño. Me serví un poco de licor de chocolate y subí al máximo el volumen de la música ruidosa que tanto me desestressaba. Los momentos vividos, su rostro, sus besos, sus caricias, sus palabras comenzaron a agolparse en mi mente. Las bloqueé antes de que las cosas siguieran su curso, pero ya era demasiado tarde. Tendría que pagar las consecuencias. Su abandono resonó en todo mi ser, destrozándolo. Quería concentrarme en la música, en la batería, en la voz, en la letra. Pero mi cuerpo parecía recordar por sí solo todas las sensaciones que había tenido en aquél momento cuando tres palabras me tiraron el mundo encima. "Ya no te amo".
Isabella


Y así transcurrió la mañana. Había olvidado mi resignación a no aprobar matemática nunca, y ya era parte de mi vida. Entre risas, charlas y elogios, sucedió lo que sucedía todos los días. Al ser viernes, esa noche saldríamos a bailar. Estaba volviéndose costumbre desde que me dejó. Emborracharme, y compartir mi tiempo con desconocidos, me adormecía el corazón. En esos momentos, no podía entristecerme ni extrañarlo, solo vivía en un extraño sopor lleno de placeres y diversión. Ya me había acostumbrado a levantarme al otro día con el corazón apretujado y el pecho a punto de explotar por la opresión. Mi vida era una sarta de causas y consecuencias. Para olvidar, me emborrachaba y dormía con desconocidos, y luego al otro día me daba cuenta que todo era falso. Consecuencia.

Uno no deja de sentir dolor, solo encuentra la forma de vivir con él. Ni siquiera esperaba que me rescataran. Sólo estaba resignada a apretar fuertemente los dientes cada vez que lo veía, cada vez que escuchaba una canción triste. Estaba obligada a borrar todo lo que tuviera que ver con él, estaba resignada a actuar como superada pero por dentro la pena me seguiría carcomiendo por siempre. Por que cuando canto, pienso en él. Por que cuando sueño, sueño con él. Por que todo el amor del mundo que pueda recibir, toda la diversión, todos los hombres que se me ocurran, nada podrá nunca curar ese inmenso dolor que dejó su partida.
Isabella.



El frío me cansaba, pero me gustaba bastante. Más cuando nevaba. Ver todo cubierto de blanco me hacía recordar a la casa de campo, que estaba plagada de esas flores blancas que me gustan tanto. Resignada a un destino cruel, a sabiendas de que podía cambiarlo, pero sin querer hacerlo, caminé las diez cuadras hasta llegar a mi peor pesadilla: el examen de matemática.

El calor de el aula me acogió, como mi cama cuando tengo ganas de dormir. Me sentía muy bien allí, con gente extraña hablándome, creyéndose mis amigos, pero difícilmente recordaba sus nombres. Salvo el de Edgard. El sí era un amigo.
Dejé de sentirme feliz cuando el profesor Mc Cluskey, tan gordo y gigantón, colocó el examen en mi pupitre no sin antes dedicarme una irritante mirada inquisitiva. Le devolví una expresión desafiante, que no se atrevió a reprochar. Trigonometría. ¿Es que la gente no entendía que yo no necesitaba aprender matemática? Lo mismo con Física. ¡No lo necesitaba! Simplemente, todo estaba escrito. Me iba a ir al infierno, y allí no interesan los números. Y si no... ¿para qué sirven las calculadoras? Por suerte, mi último año de secundaria, me torturaba por última vez. Luego mi vida entera serían libros, García Márquez, Poe, Sheakspeare y muchos más.
Resignada, comencé a derrochar tinta en vano, ya que todo lo que escribiera sería anulado al ser incorrecto, y entonces, un gran número uno se uniría al resto.
Isabella

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